La capacidad de adoptar soluciones automatizadas por parte de una empresa ha devenido uno de los factores de diferenciación más determinantes para su crecimiento. En este sentido, la implementación de la automatización colaborativa desencadena diversas ventajas competitivas con las que una compañía puede diferenciarse respecto a la competencia y sobresalir.
Fue el economista estadounidense y profesor de la Universidad de Harvard, Michael Porter, quien a mediados de 1980 desarrolló el concepto de la ventaja competitiva. La planteó como una característica exclusiva de una compañía valorada por el consumidor que le permite diferenciarse respecto a la competencia.
Contar con los precios más bajos, tener acceso a mano de obra cualificada, entregar los pedidos más rápido que otras empresas del mismo sector, un servicio de atención al cliente especialmente diligente, unos acabados perfectos o un diseño único pueden ser la base de una ventaja competitiva. De lo que trata cualquiera de estos atributos es de ofrecer un valor añadido que otorgue una posición de liderazgo a la compañía que ha tenido al acierto de sembrarlo, desarrollarlo y consolidarlo.
Extrapolando el concepto a nivel de ciudad o país, también podríamos hablar de ventajas competitivas conjuntas de una geografía: el acceso al talento, el clima, el ecosistema emprendedor, los costes salariales ajustados, la colaboración entre empresas y universidades, las ayudas públicas para la digitalización o el acceso a las nuevas tecnologías pueden construir ventajas competitivas de gran valor respecto a otros territorios.